viernes, 11 de diciembre de 2009

Librería de Nag Hammadi

En diciembre del año 1945 dos campesinos egipcios encontraron más de 1100 páginas de antiguos manuscritos en papiro, enterrados junto al acantilado oriental en el alto valle del río Nilo. Los textos eran traducciones desde originales griegos al copto, el cual era la etapa helenística de la antigua lengua faraónica. Este dialecto evolucionó después de la invasión de Alejandro Magno en el 332 a.C., y subsiguientemente fue reemplazado en árabe como la lengua vernácula egipcia después de la conquista musulmana en el 640 d.C. Así el copto era el lenguaje de la iglesia egipcia primitiva y permanece como su lengua litúrgica hasta hoy día.
El sitio de este descubrimiento, al otro lado del río del pueblo moderno de Nag Hamadi, ya era famoso como el lugar en la antigüedad llamada CHNOBOSKEION («pastizal de gansos»), donde en el 320 d.C. San Pacomio fundó el primer monasterio cristiano. Poco menos de medio siglo después, en el 367 d.C., los monjes locales copiaron unos 45 escritos religiosos diversos- incluso los evangelios de Tomás, Felipe y Valentín- en una docena de códices encuadernados en cuero. Esta biblioteca fue cuidadosamente sellada en una urna y escondida cerca, entre las rocas, donde permaneció sin descubrirse durante casi 1600 años. Estos papiros, primeramente vistos por eruditos en marzo de 1946 (Jacques Schwarz & Charles Kuentz, Códice 2, en una tienda de antigüedades en Cairo), desde 1952 han sido conservados en el Museo Copto del Cairo Antiguo, el cual publicó la más temprana edición fotográfica de los manuscritos (editada por el Dr. Pahor Labib, 1956). La primera traducción moderna del texto de Tomás, salió en la revista francés Le Muséon en 1957.
El autor del Evangelio de Tomás se registra como Santo Tomás el apóstol, uno de los doce. El documento consta de una colección de más de cien dichos y diálogos cortos del Salvador, sin narrativa conectiva. Unos de sus dichos fueron citados como escritura por algunos autores cristianos en la antigüedad- por ejemplo, los Dichos 2, 22, 27, & 37 por Clemente de Alejandría (hacia 150-211 d.C.) en su Stromata (Remiendos)- aunque sin atribución explícita a Tomás. Últimamente, hace 100 años en Oxyrhynchus de Egipto se encontraron algunos fragmentos de lo que ya sabemos es una versión previa de Tomás en griego, por la paleografía fechada así: PapOx 1 (Tom 26-33 & 77), 200 d.C.; PapOx 654 (Tom Prolog & 1-7), 250 d.C. [en exhibición en la Galería John Ritblat de la nueva Biblioteca Británica en San Pancras, Londres]; PapOx 655 (Tom 36-39), 250 d.C.- véase Biblio.#10. El más reciente descubrimiento de la versión copta de Tomás, al fin se ha permitido ser disponible este evangelio en su totalidad. Evidencia adicional, como el asíndeton en Tom 6, revela una fuente subyacente semítica. Como se indica en el anuncio de la prensa, abajo, casi todos los eruditos bíblicos quienes han estado estudiando este documento desde su primera publicación, ya han concluido que Tomás debe ser aceptado como un quinto evangelio auténtico, junto con el cuarteto canónico de San Juan y los sinópticos.
El Evangelio de Felipe- como se puede inferir de sus dichos 51, 82, 84, 98, 101, 137 & 139- se compuso tanto antes como después del 70 d.C. por Felipe llamado el evangelista (!), quien aparece en los Hechos de los Apóstoles en 6:1-6, 8:4-40 & 21:8-26. No hay ninguna cita previa conocida de esta escritura profunda, la cual consiste en una serie compleja y elegante de reflexiones sobre la tradición abrahámica, sobre Israel y el Mesías, mientras que se elabora una metafísica idealística espiritual.
El Evangelio de la Verdad se compuso cerca del año 150 d.C. por Valentín, el santo famoso de Alejandría (nacido hacia 100 d.C.). Una entretejida meditación continua sobre el Logos, era escasamente mencionada en la antigüedad- y hasta el descubrimiento de Nag Hamadi no se conocía ninguna copia existente de esta composición noble.
En los primeros años después del descubrimiento de estos documentos, y antes de que los eruditos pudieran escudriñarlos cuidadosamente, era común describirlos colectivamente como «gnósticos». Este ha sido siempre un término genérico para la mezcla mediterránea de movimientos religiosos platónicos (es decir, anti-sensorios) de los primeros siglos d.C., y fue tal vez inicialmente una categoría conveniente en que poner todos los escritos de Nag Hamadi. Hoy en día, no obstante, queda claro que no se puede clasificar así nuestros tres textos, puesto que cada uno explícitamente afirma la realidad de la encarnación física con su ambiente (particularmente la crucifixión); véanse p.ej. Tom 28, 55, Fel 25, 77, 114, 132, Vrd 6, 28, además de «Gnosticismo» en las Notas de Tomás y «Comentarios Eruditos Recientes», abajo.
Los cánones del Nuevo Testamento católico/protestante, ortodoxo oriental, copto, sirio/nestorio, armenio y etiópico, se difieren significadamente entre sí- y aun estos se disputaban dentro de las varias ramas del cristianismo hasta muchos siglos d.C.; antes había solamente opiniones bien diversas recordadas por una variedad de individuos tanto después de la era apostólica, referente no sólo a las obras generalmente aceptadas hoy día, sino también a escritos como la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas, el Evangelio de los Egipcios, el Evangelio de los Hebreos (en el cual Cristo refiere a la Espíritu Santa como su Madre), las Tradiciones de Matías, el Apocalipsis de Pedro, la Didakhê y los Hechos de Pablo. No había ningún concilio de la Iglesia sobre el canon del NT hasta el Sínodo de Laodicea (363 d.C.), el cual en verdad rechazó el Apocalipsis de San Juan. Doce siglos después (!), el canon occidental fue por fin establecido por el Concilio de Trento (1546 d.C.), el cual designó la lista actual de 27 libros como un artículo de la fe católica (aunque los concilios episcopales nunca han pretendido ser infalibles; el voto en Trento fue 24 a 15, con 16 abstenciones)- y que fue subsecuentemente aceptada por las diversas iglesias protestantes. Las varias iglesias orientales tienen historias igualmente complicadas en establecer sus cánones respectivos del NT: así, el canon armenio incluye un III Corintios paulino; el NT copto contiene I & II Clemente; el Peshita sirio/nestorio excluye II & III Juan, Judas y el Apocalipsis; la Biblia etiópica añade libros llamados los Sínodos, la Epístola de Pedro a Clemente, el Libro de la Alianza, y la Didascalia; y ¡el Apocalipsis de San Juan todavía no se incluye en la Biblia ortodoxa griega!
Notablemente, sin embargo, los Evangelios de Tomás, Felipe y la Verdad evidentemente no eran conocidos por ninguna de esas tradiciones en el tiempo de sus intentos de establecer un canon del NT, pues jamás se mencionaron durante sus deliberaciones prolongadas- y así ni siquiera se consideraban para ser incluidos en sus listas respectivas. Y el concepto de un canon ciertamente nunca fue intentado a excluir la posible inspiración, o de descubrimientos textuales subsecuentes o de ágrafa aislados (Lc 1:1 & Jn 21:25).
Precisamente que sucedió durante los primeros tres siglos y medio d.C., antes de los intentos eclesiásticos más tempranos de establecer el canon, es notoriamente oscuro, mientras los mesiánicos del evangelio original fueron al fin suplantados por los «cristianos» paulinos (Hch 11:25-26). Así por un lado, la Epístola de Bernabé (a fines del siglo primero) queda ignorante de los evangelios históricos; y por otro lado, Justino Mártir (a mediados del siglo segundo) no muestra ningún conocimiento de los escritos de Pablo- indicando un cisma continuando entre las tradiciones Paulinas y Petrinas. Clemente de Alejandría e Iréneo de Lyón, a fines del siglo segundo (y así paralelos al contemporáneo Fragmento de Muratori), son los primeros autores quienes citan explícitamente tanto los evangelios como a Pablo. He intentado analizar el fundamento de esta hendedura en «La Paradoja de Pablo», Comentario 5, abajo. Referente a ese período formativo, una lectura esencial es el estudio magistral de Walter Bauer, La Ortodoxia y la Herejía en el Cristianismo más Temprano (Tübingen 1934, Philadelphia 1971).
Las traducciones de los textos son tan literales y tan líricas como pude hacerlas. Cualesquier irregularidades gramáticas que se encuentren, son del texto copto mismo. Reconstrucciones textuales plausibles aparecen entre [corchetes], mientras que adiciones editoriales aparecen entre (paréntesis). «[...]» indica los lugares donde no se puede interpolar el deterioro del papiro. Las variantes griegas de Oxyrhynchus de Tomás aparecen entre {llaves}. Notas puestas al fin de cada logion son indicadas con un asterisco*, las al fin del texto en curso con un circulitoº. Los hiper-vínculos son subrayados mas no codificados en color. Las citas bíblicas enumeradas son esenciales para un entendimiento del dicho en su contexto bíblico, y se ruega al lector que las refiera en cada instancia; las paralelas explícitas a Tomás en los sinópticos son indicadas aparte con un signo de igualdad=, para que el lector no busque lo ya bien conocido. También, es casi imposible poner mayúsculas de manera consistente en tales textos (en la antigüedad, por supuesto, no había minúsculas); pido el consentimiento del lector con respecto a esto. Si se necesita, los términos griegos han de convertirse en letras de Símbolos.
En lugar de la forma griega, Jesús (IHSOUS), he usado la aramea original: Yeshúa ( ), que significa «Yahweh-Salvador» (Fel 20a). «SOY» representa el auto nombre divino: hebreo (ahyh), griego EGW EIMI, copto (Tom 13). Por último, he adjuntado cinco ensayos como comentario: (1) «Metalogos Cristou», un bosquejo del discurso introductor que generalmente doy sobre los textos coptos; (2) «La Espíritu Femenina», sobre el género en las lenguas semíticas de [ruaj ha-qodesh, Espíritu la-Santa]; (3) «Teogénesis», acerca de la intimación en Felipe que la transgresión humana original consistía en la pretensión de producir a los niños [hebreo: (Caín) = producto], en vez de aceptarlos como engendrados únicamente por Dios; (4) «Ángel e Imagen», sobre el uso de estos dos conceptos primarios encontrados en las escrituras nuevas, junto con su estructura metafísica subyacente; y (5) «La Paradoja de Pablo», un análisis filosófico de las discrepancias aparentes entre los evangelios canónicos y la teología de Saulo de Tarso.
Clara Luz García Salazar me ha ayudado en preparar cada etapa de la versión castellana de esta materia; al principio utilicé también el programa, Spanish Assistant 1.00a (MicroTac Software, 1993). La traducción preliminar fue revisada con esmero por el Prof. Higinio Alas Gómez de la Universidad Nacional de Costa Rica, y por el Dr. José Cascant Ribelles del Seminario Mayor de Abancay, Perú; me sugirieron bastantes mejoramientos esenciales para capturar el sentido del copto en castellano. Mis gracias duraderas se deben a dos de mis instructores en Amherst College: al poeta Robert Frost, por su consejo de participar solamente en lo que es digno del tiempo de uno, y al Prof. William E. Kennick, por su ejemplo de los estándares más altos de la teología filosófica. Hice mucha de esta obra mientras estaba huésped de numerosos seminarios y universidades latinoamericanos, tanto estatales como privados, tanto católicos como protestantes, además de las facultades de filosofía, de teología ortodoxa y de informática en la Universidad de Atenas- por su hospitalidad fraternal estoy profundamente agradecido. Ayuda técnica referente al Internet, ha sido bondadosamente proveída por Ioannis Georgiadis del Centro de Cómputo en la Universidad de Atenas.
Estos evangelios nuevos son seguramente el descubrimiento más extraordinario de nuestros tiempos- como una bebida de luz directa de la fuente: ¡ICQUS EUCARISTW SOI!

2 comentarios:

www.laiglesiaprimitiva.com dijo...

Para entender mejor como la iglesia primitiva selecciono los libros canonicos del nuevo testamento visita... http://www.laiglesiaprimitiva.com/canonnuevo.html

Anónimo dijo...

Buen comienzo