viernes, 29 de febrero de 2008

Leyenda de Los Argonautas

Con la leyenda de los Argonautas ha ocurrido lo mismo que con la del jabalí de Calidón. Al principio no era más que un mito tesalio de la naturaleza; pero que en las manos de los poetas se ha convertido en un extenso ciclo de mitos que abarca a todos los pueblos griegos, y cuyo núcleo lo forma la historia del “vellocino de oro”.

Con un carnero alado y de vellón de oro, Nefelé acude en socorro de sus hijos Frixio y Helé, condenados al sacrificio, quienes huyen montados en él hacia el reino de Cólquida. Durante el vuelo, Helé cayó al mar, pero su hermano Frixio llegó felizmente a Cólquida, donde sacrificó al carnero en honor a Júpiter, protector de los fugitivos y colgó su áureo vellón en el bosque sagrado de Ares, al cuidado de un terrible dragón de siete cabezas que nunca dormía.

Fue a dicho lugar donde el héroe Jasón vino a buscar el “vellocino de oro”, con cuya posesión retornaría la ventura de su pueblo, agobiado por interminables calamidades y, acreditaría su derecho al trono de Iolcos que su tío Pélias le había usurpado.

Jasón, hijo de Esón, fue criado a escondidas por las perfidias de su tío y al cuidado especial del educador de tantos héroes: el centauro Quirón, bajo cuyas enseñanzas creció sano, fuerte, inteligente, querido y respetado por cuántos le conocían, y favorito de los dioses.

Cumplidos los 20 años, regresó a Iolcos para reclamar de su tío el trono que en justicia le pertenecía.

-gozarás del trono y del favor de los dioses- habían pronosticado a Pélias- hasta que un hombre que calzará una sola sandalia se te presente y lo reclame”. Y ahí estaba Jasón a medio calzar, ya que había perdido su sandalia al ayudar a cruzar el río a una pobre anciana.

Reconocido de inmediato por su tío, este se dio maña para quitárselo de en medio, enzarzándolo en la más difícil y peligrosa aventura: la búsqueda del “vellocino de oro” que detentaba el rey de Cólquida, tras lo cual se declaró propuesto a retirarse voluntariamente del trono.

No habría sido Jasón un héroe digno de este nombre, si no se hubiera lanzado desde el primer momento y sin la menor vacilación a la empresa que se le proponía. En el puerto de Iolcos hizo construir un gran barco con 50 remos, que fue llamado Argos, en honor a su constructor, y en él se embarcó con los héroes que habían acudido a su requerimiento de participar en esta arriesgada expedición.

No faltó en la tripulación del navío Argos ninguno de los más connotados héroes, los que en un total de cincuenta, tomaron el nombre de “Los Argonautas”.

Sólo por la calidad de la tripulación, las excelencias del barco y el especial apoyo de los dioses, pudo Jasón vencer las innumerables dificultades que le demandó el viaje a la desconocida Cólquida. Entre ellas cabe destacar su estadía en la ciudad de Misia, donde llegan muertos de hambre y sed; y de donde partirían lamentando la pérdida de dos Argonautas: Hilas, raptado por las ninfas y Hércules, quien se queda para encontrar al perdido Hilas, su favorito.

Importante es también su estadía en la ciudad de Salmideseos, en Tracia, donde conocieron al ciego adivino Fineo, quien agradecido de los Argonautas, por haber éstos liberado a su país de la plaga que los devastaba- las inmundas Arpías-, les dio sabias instrucciones para la continuación de su viaje. Seguramente, sin las sabias instrucciones de Fineo, no hubieran podido cruzar el trecho más difícil de la travesía: el Bósforo, en la entrada de Ponto, hoy Mar Negro, donde se levantan dos abruptos peñascos, que permanecían con continuo movimiento y conocidas con el nombre de Las Cianeas, cuyo oscilar no permitía el paso ni al barco más veloz. Gracias, pues, a las instrucciones de Fineo, pudieron pasar por entre las espantosas piedras sin daño apreciable para la nave. Desde aquel instante Las Cianeas quedaron inmóviles.

Superada felizmente esta aventura, continuó el barco a lo largo de las costas del Mar Negro, rumbo a su meta, el reino de Cólquida. Allí reinaba el poderoso soberano Eetes, hijo del Sol. Obtener de él el vellón de oro por la astucia o por la fuerza, era la tarea que se había propuesto el Ilustre Esóndida.

Aún cuando los Argonautas fueron recibidos cordialmente por el rey Eetes, este se opuso a la entrega del “vellocino de oro” y solo declaro su conformidad, a condición de que antes Jasón fuera capaz de llevar a término dos empresas. La primera consistía en uncir a un arado a dos toros y roturar con ellos el campo de Marte; pero los toros no eran animales de yugo y por el contrario, vomitaban fuego y poseían pezuñas de bronce. Si salía con éxito de este trabajo, le aguardaba un segundo, aún más difícil que el otro: sembrar en los surcos abiertos dientes de dragón que Eetes le daría y vencer a los guerreros armados que de ellos surgirían.

Latió con fuerza el corazón de héroe ante estas exigencias del rey, pero en ese momento se suma una nueva figura a la leyenda: Medea, hija de Eetes, hechicera que viene en ayuda de Jasón, de quien se había enamorado. Confiado, pues, en su vigor, y con la ayuda de un talismán que Medea le había dado, Jasón inició su faena. Tanto Eetes como una gran muchedumbre se congregaron en la falda de la montaña. Su sorpresa fue grande cuando vieron que los toros, a pesar de sus bramidos, eran dominados al contacto de la mano de Jasón y que voluntariamente se dejaban uncir. Les parecía estar viendo visiones al observar que los toros ponían toda su pujanza para arar el campo, mientras Jasón iba echando los dientes de dragón que Eetes hubo de entregarle, en los surcos que tan extraordinaria yunta abría. Su admiración no fue menor al darse cuenta de que los dientes sembrados daban nacimientos a guerreros armados que surgían de la tierra.

Jasón por consejo de Medea, arrojó en medio de esos soldados, una gruesa piedra con la que estalló entre ellos una furiosa lucha, en la que se exterminaron unos a otros.

Se habían cumplido las dos condiciones impuestas por el rey Eetes, pero éste, a quien no había escapado que Jasón debía su victoria, en parte, a su hija Medea, se negó a entregar el vellón. Entonces Jasón lo robó por la noche, después de dar muerte al dragón que por primera vez dormía, gracias al hechizo que sobre sus ojos hizo Medea.

Cuando Jasón llegó a la costa, ya Los Argonautas le tenían el barco listo para zarpar y pronto estuvieron en alta mar, de regreso con su preciado tesoro y con la enamorada Medea, que no quiso dejar a Jasón.

Nuevas aventuras demoran el regreso de los navegantes, y, entre ellas es evidentemente importante el “mito de Talos”, el hombre de bronce de origen fenicio y que alude a la práctica de sacrificios humanos. Este Talos era él todo de bronce e insuperable. Júpiter lo había regalado a Minos para que sirviera de guardián de la isla, cuyo perímetro recorría todos los días tres veces. Si veía que se acercaban enemigos o forasteros indeseables, saltaba dentro de una hoguera hasta ponerse candente y, luego con una risa sardónica, abrazaba a los recién llegados, apretándolos contra sus pecho, hasta que rendían su alma.

Felices navegaban Los Argonautas por el Mar Egeo de regreso de su victoriosa aventura, cuando se acercaron a la isla de Creta para desembarcar con el fin de descansar y reposar sus agotadas fuerzas, cuando fueron descubiertos por Talos, quien trató de alejarlos a pedradas. Pero la huída nunca fue práctica de Jasón y sus compañeros por lo que se dieron maña para desembarcar y más tarde dieron muerte a Talos, gracias a un ardid de Medea. En efecto, Talos tenía una sola vena, que iba de la cabeza a los pies y en la parte superior estaba taponada por un alfiler. Medea se las compuso para sacarle el alfiler, y así Talos murió desangrado.

Por fin Jasón desembarcó triunfante en Iolcos y entregó el vellocino de oro a su tío Pélias, quien se resistió aún a devolver al héroe el reino paterno, pero Medea supo quitárselo de en medio y Jasón recuperó el reino y el Trono de Iolcos.

En sentido figurado, el nombre Argonautas se emplea en la actualidad para designar a los espíritus renovadores, viajeros que persiguen un fin difícil de alcanzar, pero que por él lucharán con fe inquebrantable y sin renuncias.