martes, 15 de diciembre de 2009

¿le toca a la derecha?

Durante la larga transición que ha vivido Chile tras reconquistar la democracia se ha convertido en norma la reproducción de los dos grandes bloques políticos, nacidos al alero de la contienda entre el Sí y el No en 1988, en cada una de las esferas de decisión e influencia que el sistema político modela en su entorno. Se les llama “equilibrios políticos”
Así es la designación del Directorio de TVN, el Banco Central y los miembros del Tribunal Constitucional. Más aún, frente a conflictos sectoriales o crisis específicas, la creación de nuevas instituciones se realiza en la misma ecuánime proporción: así se reparte el Sistema de Alta Dirección Pública, los jurados de la más diversa índole, los panelistas de los programas políticos e incluso algunas organizaciones no gubernamentales -como recientemente nos enteramos con la crisis en Transparencia Internacional-.
Los chilenos llevamos años mirando cómo la distribución de poder entre los bloques dominantes es presentada no solo como la imagen misma de la diversidad sino como gran logro civilizatorio de nuestra nobel democracia. Ahora, sin embargo, cuando el edificio erigido sobre esa base comienza a resquebrajarse por la fatiga del material del que fue construido, esa cuota de participación y repartición comienza también a hacer crisis.
Para las autoridades de la transición esto es así. Para ellos turnarse la presidencia de las cámaras del Congreso es normal, turnarse la presidencia del Banco Central es normal, repartirse los cupos parlamentarios en cada distrito y circunscripción es normal; pero enfrentar la incertidumbre y la competencia es anormal. No es raro, llevan 20 años en un acuerdo relativamente estable y han querido presentar esa inmovilidad como estabilidad.
Pero, aunque suene a paradoja, la estabilidad del siglo XXI se construye con dinamismo y flexibilidad. Con movimiento, no con estancamiento. En eso el candidato de la DC y el de RN son mortalmente parecidos, poseen una mentalidad conservadora que no es capaz de devolverle a la política un rol conductor y de liderazgo en la sociedad, sino que la condena a tornarse en seguidora tardía de cambios que la obligan, cada tanto y no sin dolor, a ponerse al día con la historia.
Ahora le disparan al mensajero y presentan la juventud como una circunstancia peligrosa, lo dinámico como inseguro y la alegría como sinónimo de inmadurez. Hablan de gobernabilidad para aludir al empate permanente, son autocomplacientes con ese sopor y estancamiento sólo porque ha conjurado el trauma con el conflicto y el enfrentamiento de una generación que creció con la Guerra Fría y fue la responsable de la ruptura democrática en Chile.
Por eso es otra generación la llamada a asumir los desafíos del presente, en un mundo que está en permanente cambio, que muta y reemplaza paradigmas a la velocidad del rayo, donde lo que es conocimiento un día, puede estar obsoleto al mes siguiente. Donde hay menos certezas y los dogmas son un pasivo para cualquier institución.
El candidato de la derecha y el de las cúpulas de la Concertación encanan el miedo al cambio y a la innovación. Tras ellos van ejércitos de rostros repetidos una y otra vez. Traen la letanía y el ritmo cansino del Chile del siglo XX, heredero de la Hacienda y los clubes de la fronda.
En esa lógica ¿le toca a la derecha la presidencia, como antes le tocó la de la Cámara de Diputados, la del Senado y el cogobierno de las instituciones clave para el desarrollo del país? Pues nosotros pensamos que no. Por eso decimos que sólo hay una candidatura progresista: la que rompe ese binomio que nos condena a la misma película que hemos visto una y otra vez.

publicado por Marco Enríquez-Ominami en http://marcoenriquezominami12.blogspot.com/

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