jueves, 5 de mayo de 2011

Yo (no) quiero creer

Por Rodrigo Pinto
(Columna publicada originalmente en El Post el 16 de febrero de 2011.)

Algo extraño hay allá afuera. Algo misterioso, inexplicable, enigmático. La ciencia no tiene todas las respuestas y la religión, tampoco (al menos, no las viejas y anquilosadas que se han fosilizado en instituciones normativas). Hay misterios sin resolver en el mundo y en las afueras de este mundo. ¿Por qué negarnos a la posibilidad de que efectivamente seres de otros planetas hayan puesto en la tierra las semillas de la vida y de la inteligencia? ¿Quién asegura, a ciencia cierta, con total certeza, que en la construcción de las pirámides no intervino una raza alienígena? ¿Por qué pensar que es imposible descubrir, en el fondo del mar, los restos de la perdida civilización atlante? Este es el tipo de preguntas que Ronald H. Fritze plantea en la introducción de Conocimiento inventado. Falacias históricas, ciencia amañada y pseudo-religiones, un ensayo contundente que pone al desnudo un complejo sistema que entremezcla la buena (y excesiva) fe y el afán de lucro.

En efecto, la industria en torno al conocimiento inventado es sumamente próspera; basta mirar, por ejemplo, cuántas entradas hay en Amazon por Atlantis (sólo en libros, 6.528 y subiendo) y se tendrá claro cuánto éxito ha logrado un tema cuyo venerable origen está en un par de referencias en dos diálogos de Platón, el Timeo y el Critias. Ahí debería haberse acabado todo, pero una serie inacabable de relevos que daban por verdad histórica la especulación filosófica terminaron por cimentar, en el siglo XIX, la fortaleza del mito y la construcción de la leyenda.

La abundante bibliografía resultante en torno a este tema –y a muchísimos otros, por desgracia- se funda en que sus autores sitúan el prejuicio antes del conocimiento. Es decir, creen saber previamente lo que ocurrió y van en busca de las pruebas; de manera consecuente, desecharán todo lo que contradiga sus hipótesis y utilizarán todo lo que pueda respaldarlas, aunque se trate de otras afirmaciones voluntaristas. A la inversa, un historiador serio va en busca del conocimiento y coteja, compara y pondera todas las evidencias disponibles, aunque lo conduzcan por un camino totalmente inesperado. La cuestión se agrava con el paso del tiempo; si en el siglo XIX era posible aún sostener como verdades muchos hechos inexactos simplemente por la falta de evidencia y de conocimiento científico, hoy no lo es; y si en aquella época alguien podía afirmar, con relativa buena fe, que la Atlántida existió, hoy no es posible. Pero el mito no deja de rodar. Es lo que Fritze llama el “entorno cúltico”, que lleva, por ejemplo, a que innumerables lectores atribuyan valor histórico a las novelas de Dan Brown y decenas de escribidores con buen ojo para las demandas del mercado publiquen libros de exégesis (¡!) de El código Da Vinci. Un entorno cultico que confunde e identifica mito y leyenda, aunque los respectivos puntos de partida sean muy distintos, e identifica posibilidad con probabilidad.

El ejemplo que da Fritze es muy claro y lo adapto en su primera parte: es posible que el loto que compré hoy sea el número ganador; y es probable que mañana me levante, porque es día laboral y tenga que ir a trabajar. Entonces, si dices que “es posible que unos exploradores chinos alcanzaran y colonizaran América circunvalando todo el globo terráqueo”, está bien, aunque si nos atenemos a la evidencia disponible, es altamente probable que no lo hayan hecho.

Pero, si en el desarrollo argumental eliminas la diferencia entre posibilidad y probabilidad, tienes pseudo historia. De hecho, el segundo capítulo del libro está dedicado a los innumerables conquistadores de América antes de Colón. Otro capítulo –“Gente del fango, hijos de Satán e Identidad Cristiana”- se interna en delirantes teorías sobre los orígenes del hombre, las razas preadanitas (negras, claro) y oscuros fundamentos bíblicos para asentar el racismo sobre bases pretendidamente históricas. El siguiente vuelve a lo mismo, pero desde el Islam.

Más adelante, Fritze revisa sumariamente la bibliografía de los principales pseudohistoriadores: Immanuel Velikovsky, Charles H. Hapgood, Erich von Daniken, Zecharia Sitchin y Graham Hancock. El problema con ellos no es que escriban libros sin reales fundamentos históricos; es que algunos cultos religiosos toman sus temas –por ejemplo, el catastrofismo y los astronautas en la antigüedad- y los transforman en objetivos religiosos. Y ahí, como en el caso de la Puerta del Cielo, el culto puede ser letal (inspiró un suicidio colectivo; los humanos debían “abandonar sus cuerpos” para recibir nuevamente la visita de los Hermanos del Espacio). En sus manifestaciones más inofensivas, estos autores abonan el camino para películas y series como Stargate o Los expedientes X.

Quizá Fritze abunda demasiado en detalles, pero, sin duda, su investigación es contundente e ilustrativa de un fenómeno que se niega a desaparecer y que en Chile adopta una arista inquietante, que lamentablemente el autor sólo enuncia en el prólogo y no desarrolla porque requeriría otro libro: “Los nazis tenían su propia mitología pseudohistórica acerca de una súper raza aria, la cual intentaron sustentar con toda clase de investigaciones pseudohistóricas y pseudocientíficas”. Tal como se demuestra en algunos capítulos de este libro, “la pseudohistoria se presta fácilmente a ser una herramienta del racismo, el fanatismo religioso y el extremismo nacionalista”. Nada más cierto, y de ello hay muestras cercanas. Al concluir la introducción, Fritze cita, con mucha propiedad, a Mark Twain, para reforzar la idea de que hay que estar prevenido cuando uno se encuentra con gente que quiere creer: “Podría pensarse que tengo prejuicios. Quizás los tenga. Me avergonzaría de mí mismo si no los tuviera”.

jueves, 27 de enero de 2011

El Mostrador: El exterminio de la familia Poblete Tapia

Más de 10 años han pasado desde la muerte de Vinicio Poblete Vilches. Falleció en el Hospital Sótero del Río y aún su familia desconoce las causas de su deceso. La justicia en Chile les dio la espalda y comenzaron a buscarla fuera del país: en la CIDH. Pero hoy, a la espera de una solución amistosa con el Estado –que no llega – la familia se desmorona. La viuda de Poblete murió, su hija está en la clínica, su hijo tiene 4 tumores sin tratar y el menor de los hermanos es parapléjico. Esta es la historia de cómo les dieron la espalda.

Vinicio Poblete Tapia (50), hace dos meses, estaba en el living de su casa en La Pintana, cuando entró su hermana Leyla (44). En cosa de segundos, ella sacó un revolver y lo colocó en su cabeza, luego lo cambió y se disparó en el estómago. Cayó desplomada. Minutos antes, Leyla le había dicho a su hermano –pensando que serían sus últimas palabras – “yo no doy más de la vida, no doy más de todo esto… Ellos (el Estado) están jugando con nuestro sufrimiento. No le importamos a nadie”.

En un acto de desesperación, Leyla Poblete quiso poner fin a más de 10 años de lucha incesante por alcanzar justicia. La muerte de su padre, Vinicio Poblete Vilches, ocurrió en el Hospital Sótero del Río, el 7 de febrero del 2001, y hasta el día de hoy, se desconoce el motivo de su deceso. Pese a sus ruegos y peticiones los directivos del Hospital nunca quisieron darle una respuesta. “Todo esto ha pasado porque somos pobres. Por ser pobres se nos negó el derecho a la justicia, por ser pobres las autoridades del Estado nunca nos escucharon”, afirma Vinicio Poblete (hijo).

Buscando justicia

Durante todo este tiempo, la familia Poblete Tapia ha presentado dos querellas criminales por homicidio, una el 2001 y otra el 2005. Pero el Primer Juzgado de Letras de Puente Alto sobreseyó el caso. En dos oportunidades. La última fue en junio del 2008, a la espera –se dijo- de nuevos antecedentes. Hoy, el caso está en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), donde fue declarado admisible el 2009: llevan más de un año intentando alcanzar una “solución amistosa” con el Estado de Chile.

En noviembre del 2009 el Estado, a través de la Dirección de Derechos Humanos de la Cancillería, ofreció a la familia Poblete Tapia una indemnización de $40 mil dólares que nunca se concretó. Hace dos semanas, “se nos ha señalado que el Estado no está en condiciones, ni siquiera, de ratificar el planteamiento que hizo en noviembre. Lo que significa llevar esto a un punto muerto”, asegura el abogado Sergio Espejo, quien lleva la causa en representación de la familia. El dramático caso es uno de los trabajos probono del jurista, quien advierte la díficil situación de sus representados. “Si nosotros no tenemos una respuesta pronta, declararemos finalizado el proceso de negociación. Es gente cuyo estado de salud no permite postergar mucho más este trámite”, dice.

Vidas contra el tiempo

“Con la muerte de mi papá destruyeron a mi familia”, explica Vinicio Poblete, recordando que desde ese momento una seguidilla de enfermedades y tragedias familiares invadieron sus vidas. “Mi mamá cayó en depresión y le vino cáncer. Nada la pudo sacar adelante… vivía llorando porque no hay justicia en Chile”, afirma.

Blanca Tapia murió el 2003, esperando esclarecer la muerte de su esposo. Dejó en su casa a tres de sus cuatro hijos: Vinicio, que hoy tiene tres tumores creciendo en su garganta y uno en su pulmón; Leyla que sigue hospitalizada tras su intento de suicidio; y Gonzalo (28), que sufre un retraso mental severo, paraplejia, cifolordosis severa (una desviación progresiva de la columna), malformación congénita y estravismo convergente. Vinicio y Leyla nunca se casaron y hoy deben cuidar a su hermano. Ambos tienen depresión y el llanto es algo cotidiano. Para colmo, en abril del año pasado se incendió la casa donde vivían juntos. Lo perdieron practicamente todo. La foto del siniestro es una mezcla de maderas carbonizadas y enseres derretidos por el fuego.

Leyla Poblete se debate entre la vida y la muerte en la Clínica Dávila. Como su familia ya no confía en la salud pública, su hermano, Vinicio, optó por llevarla a ese recinto privado y firmó un pagaré hace más de un mes para mantenerla hospitalizada. No sabe cómo pagará aquella cuenta. Hoy pasa el día cuidando de su hermano “Gonzalito”, visitando a su hermana y manteniéndose al tanto del caso. “Hemos tenido que sacrificar nuestra felicidad… vivimos preocupados sólo del caso”, afirma Poblete, quien ha postergado todo tipo de tratamiento de sus tumores, tras la hospitalización de su hermana.

El inicio de la tragedia

Antes de la muerte del patriarca, la familia Poblete Tapia iba todos los domingos a misa. Era una familia creyente y su padre, Vinicio, siempre les enseñó a temer a Dios y a perseguir el bien. El sueño de Leyla es ser monja, pero ha postergado su sueño por mantenerse junto a su familia. En ese tiempo vivían todos juntos, los padres junto a sus tres hijos. Todos trabajaban y aportaban para mantener la casa. Leyla y Vinicio (hijo) nunca se casaron y no tienen pareja, su núcleo familiar se mantuvo igual que cuando eran niños… hasta que su padre murió a los 76 años. Ahí todo comenzó a derrumbarse. Hoy su historia parece ficción.

Vinicio Poblete Vilches ingresó, por problemas respiratorios, al Hospital Sótero del Río el 17 de enero del 2001. Sufría de dos tipos de diabetes y aún así, fue operado del corazón. Pero según su familia, nunca autorizaron dicho procedimiento. Pero el documento que permitía la intervención tenía la firma de su esposa Blanca Tapia. El problema –que desconocían quienes alteraron el permiso- es que la señora Blanca no sabía ni leer ni escribir. Sólo seis días después, Don Vinicio fue dado de alta –en muy mal estado como cuenta su familia – y tuvo que volver a los dos días.

Menos de veinte días después, el 7 de febrero, llaman a la familia del Hospital para comunicarles que Vinicio Poblete Vilches había muerto de un paro cardíaco. Sin embargo, más tarde un certificado de defunción de la morgue, señalaba que la causa de muerte había sido un shock séptico y bronconeumonía bilateral. Por otro lado, una cinta pegada en el pecho del cadáver decía que había fallecido de un edema pulmonar. La familia, desconcertada pidió la realización de una autopsia, la cual fue negada por los médicos, como afirma Vinicio hijo.

Lo que vino después fue la búsqueda de justicia. Donde la viuda Blanca, junto a su hija Leyla acudieron al Centro Jurídico Gratuito de Yungay de la Universidad Bolivariana. Entablaron querellas criminales e incluso se ordenó la detención de dos de los médicos que trataron a su padre. La orden de aprensión contra el doctor Luis Gerardo Carvajal Freire, por el supuesto delito culposo de homicidio por negligencia médica, nunca se concretó. En los diversos reportes del Primer Juzgado Civil de Puente Alto, firmados por las magistrado Colomba Guerrero y luego por su reemplazante Francoise Giroux Mardones, se dice que la mayoría de los imputados no fueron habidos para declarar. Pese a que siguen trabajando en el mismo hospital.

La CIDH, una luz de esperanza

“Cuando recibimos la noticia (de que la CIDH había declarado admisible el caso) con mi hermana fuimos a darle gracias a Dios, porque al fin alguien nos estaba escuchando y se iba a hacer justicia por la muerte de mi padre”, afirma Vinicio Poblete. Esto sucedió en marzo del 2009, siete años después de iniciados los trámites.

Llegar a la Comisión no fue fácil. Poblete se enteró de su existencia por el diario e inmediatamente mandó una carta a la CIDH con su caso. Fueron meses de enviar cartas y luego años de llamadas y envíos de documentos. Al final llegó una respuesta esperanzadora de la CIDH: “La Comisión toma nota de que los hechos alegados ocurrieron en un hospital público y la información se encuentra en poder del Estado, por lo que este tenía la obligación y los medios para investigar lo denunciado”.

En la espera de justicia murió Blanca Tapia el 2003. Dos años más tarde, la muerte acechó a Vinicio Poblete… se le diagnosticó cáncer al riñón. Con ambos padres fallecidos y Vinicio con un cáncer –que luego terminó por jubilarlo– su hermana Leyla tuvo que tomar el mando y cuidar de sus hermanos.

En esa época los ingresos económicos de la familia se redujeron a tal punto, que para costear los tratamientos, el envío de documentos y la vida, tuvieron que comenzar a vender cosas… incluso la silla de ruedas de su hermano inválido. Frente a la crítica situación que hoy viven, Vinicio Poblete dice que “el Estado ha actuado con indiferencia, como si nosotros no fuéramos chilenos. No le importamos al Estado”.

Salud chilena arriesga condena

Si se declara finalizado el proceso de negociación amistosa, el abogado Sergio Espejo, solicitará a la Comisión que emita un informe. “Es una suerte de sentencia. Se establecen los hechos que ella considera se han dado por acreditados y se le plantea al Estado una serie de exigencias a cumplir”, afirma Espejo. En caso de que no las cumpla –en un plazo breve de meses – la Comisión presenta los antecedentes ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos y se inicia una demanda internacional.

Si esto sucede, sería la primera vez en la historia de la CIDH, que se establece que “en un país (Chile) se ha producido una violación al derecho a la salud de las personas”, afirma Espejo. Agregando que esto cambiaría “las condiciones de Chile respecto del Sistema Interamericano. Es una ralladura de pintura importante”. Si esto pasa a la Corte, Chile podría arriesgar una condena internacional por la mala calidad de sus servicios de salud pública.

Las denuncias ante la CIDH buscan que el Estado chileno “reconozca que se violó el derecho a la integridad física, el derecho a la salud y que se le denegó justicia a la familia”, dice Espejo y agrega que también se busca establecer medidas que aseguren que casos como este no se vuelvan a repetir.

La familia Poblete Tapia había solicitado una indemnización que incluía una serie de prestaciones que en total sumaban $50 millones. “Hemos planteado que se trata de una familia no sólo muy pobre, sino que con una situación de salud muy precaria. Por lo tanto, solicitamos que el Estado considerara prestaciones médicas”, asegura Espejo.

Con el dinero que reciban, si lo reciben, los hermanos Poblete quieren comprar una parcela en la Quinta Región “para que mi hermanito respire aire limpio”, dice Vinicio. Pero la energía se está acabando luego de 10 años de lucha incesante. Hoy el mayor de los Poblete explica con voz entrecortada y lágrimas en los ojos: “Desde lo que le pasó a mi hermana no he podido entrar a la iglesia… estoy perdiendo la fe. Estoy al borde de… cansado de sufrir. Porque en estos diez años no hemos tenido una gota de felicidad”.

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