jueves, 18 de junio de 2009

La leyenda de Hiram Abif

El nombre de Hiram Abif, en lengua tiria significa “padre elevado”. Cuando Salomón decide construir el Gran Templo en homenaje a Jehová, en el año 1013 a.C., se encuentra con la dificultad de que no tiene obreros, maestros ni arquitectos calificados para la obra. Recurre entonces a su aliado, el rey de Tiro, quien en virtud de la alianza existente entre Israel y su país, accede gustoso a proporcionarle la mano de obra que necesita y además lo autoriza para sacar todos los cedros y pinos que precise para la construcción del templo desde los bosques del monte Líbano. Todo esto a cambio de 20 mil medidas de trigo candeal y 20 mil de aceite fino. Salomón da comienzo a los trabajos con sus propios obreros, maestros y arquitectos, más los trabajadores enviados por su aliado de Tiro. En trece años levanta la obra gruesa del edificio y encara en ese momento otra dificultad de gran envergadura: cómo encontrar un arquitecto que sepa ejecutar las terminaciones y el ornato que merece el templo. Solicita nuevamente la ayuda al rey de Tiro, quien le envía a su homónimo, Hiram Abif, hijo de la viuda de la tribu de Neftalí, quien además de ser arquitecto había aprendido de su padre a trabajar el bronce, el oro y metales en forma artística. Salomón puso bajo las órdenes de Hiram a miles de obreros y maestros para terminar la obra. El arquitecto construyó primero dos columnas en el vestíbulo del templo: a una la Jachin y a la otra Boaz, columnas que para el mundo masónico de hoy tienen una gran importancia simbólica. Hiram Abif divide al contingente de trabajadores en tres clases: aprendices, compañeros y maestros. Los aprendices recibían su paga en la columna “J” de Jachin, y los compañeros en la columna “B” de Boaz, en tanto que a los maestros se les pagaba en la Cámara del Medio. Como eran miles y miles los trabajadores, Hiram Abif ideó un sistema de identificación para cada uno de los tres grupos, consistente en una palabra y un toque especial con los dedos de la mano en el momento del saludo. Se estima que ése es el origen del protocolo masónico conservado hasta el día de hoy. Para Hiram era una forma práctica de entregar los respectivos salarios sin equivocarse. La tragedia se desencadena cuando quince compañeros, al percibir que las obras estaban por terminarse y que no habían alcanzado la categoría de maestros, deciden arrebatarle por la fuerza a Hiram la palabra y el toque correspondiente a ese grado. En el transcurso de la confabulación, doce de ellos desertan. Hiram había jurado dar a conocer esa palabra y los correspondientes toques a los nuevos maestros sólo ante la presencia de los dos reyes. Ése era su compromiso. Con la deserción de doce de los quince confabulados, sólo tres continuaron adelante con el siniestro plan, la historia identifica a estos tres individuos como Hobbhen, Sterké y Austerfluth. Como era su costumbre, al término de un día de trabajo Hiram hizo sus plegarias y dirigió sus pasos hacia una de las tres salidas del templo, sin saber que en cada una de ellas lo esperaba, armado, uno de los tres confabulados. Cuando iba a traspasar la puerta del Este encuentra a Hobbhen, quien le pide la palabra secreta de Maestro, a lo cual Hiram no accede, por su juramento. Hobbhen le asesta un golpe en la nuca con una regla de 24 pulgadas. El arquitecto se dirige entonces hacia la puerta del Sur, allí está Sterké, éste le formula el mismo requerimiento y encuentra similar respuesta, Sterké lo ataca con una escuadra de hierro. En un tercer intento, exhausto y tambaleante, Hiram avanza hacia la puerta del Oeste, en ella se encuentra con Austerfluth, como éste tampoco obtiene el secreto le asesta un golpe mortal en la cabeza con un martillo. Reunidos los tres confabulados, se dan cuenta de lo inútil que han sido sus propósitos y deciden entonces esconder el cadáver de Hiram bajo un montón de escombros. En la noche lo sacan para llevarlo a la cumbre del Monte Líbano, donde lo entierran. Como Hiram falta al trabajo, al día siguiente Salomón lo hace buscar, es entonces cuando los doce compañeros disidentes del complot, vistiendo un mandil blanco y guantes blancos en señal de inocencia, le comunican a Salomón sus sospechas de que el arquitecto ha sido asesinado por los otros tres descontentos. Salomón ordena a estos doce compañeros buscar a Hiram y les promete ascenderlos de categoría si tienen éxito. El mayor temor del rey es que los confabulados le hubieran dado muerte al arquitecto y arrancado del secreto de la palabra y de los toques con las manos. Los doce compañeros viajan cinco días y cinco noches, cansados se tienden en la cumbre del Monte Líbano y uno de ellos se da cuenta de que en ese lugar la tierra había sido removida recientemente y llama a sus acompañantes para cavar en el sitio, así lo hicieron cuando a poca profundidad apareció un cadáver, que presumieron de Hiram, con esta información retornaron donde Salomón, quien dispuso que retornaran al lugar con otros compañeros y exhumaran el cuerpo. Transportado a Jerusalén, el cadáver es reconocido por el rey Salomón, quien lo hizo enterrar dentro del templo, colocando en su tumba una placa de oro en forma triangular con la palabra secreta. Los trabajos se reanudaron, pero salomón persistió en encontrar a los asesinos y dispuso una expedición para que los buscaran, la cual estaba también integrada por nueve Compañeros de los doce que se marginaron del complot y que habían encontrado el cadáver del arquitecto. Tras varios días, la expedición tuvo éxito. Uno de los nueve encontró a uno de los asesinos, el cual, al verse perdido se suicidó enterrándose un cuchillo en el corazón. El grupo captura a los otros dos criminales. El cadáver del suicida y de los otros dos asesinos son decapitados y sus cuerpos quedan al descubierto para que sean devorados por las fieras. Los Compañeros retornan a Jerusalén con las cabezas para mostrarlas a Salomón, éste las hace colgar en los sitios más visibles de la ciudad, como un ejemplo de su justicia. A estos nueve compañeros Salomón agregó seis más con méritos y los asciende a la calidad de Maestros. Y en adelante dispuso que ese grupo usara distintivos especiales y que se les denominara los Quince Maestros Elegidos. Ésta es una historia que todo masón conoce. Es una historia de consecuencias, de lealtades y traiciones y también de justicia, porque al final los asesinos pagan con su vida el crimen cometido. Es la historia de un hombre que muere por sus principios.